El viaje: por qué llegué a esta fría ciudad...

Mi nombré lo reservaré para ustedes... así que pueden ponerme el que más les guste, si es que estas palabras ya no han hecho que cierren la actual pestaña. En caso contrario continuaré mi relato.

No basta decir que vengo de un pequeño pueblo de la Costa Caribe colombiana, ya que a lo que a mí respecta y como todo aquel que regresa a su terruño en vacaciones, es más que un pequeño grupo de casitas con techo de palma y calles polvorientas... es el paraíso.

Se encuentra ubicado en los Montes de María, un lugar que antaño fue asediado por grupos al margen de la ley, y que pese a esto, siempre se ha caracterizado por albergar la gente más humilde y los campesinos más trabajadores que se puedan esperar debido a las circunstancias. El clima es cálido casi todo el tiempo... así que los días lluviosos pueden sacar a flote uno que otro comentario acerca del frío que agobia el pueblo en las noches... por ahí con unos veintiocho grados de temperatura. 

Las calles son caminitos pavimentados que se convierten a cada paso en centros de encuentro y amables saludos, mientras que el bullicio de las motos, los carros y sobretodo el rebuznar de los burros, se convierten en la armonía de fondo... que he de extrañar tantas veces.

En este lugar no hay espacio lamentablemente para ciertas profesiones, así que como toda estudiante en aras del progreso que creemos que se sitúa en las grandes ciudades, me permití emigrar desde mi tranquilidad hacia el caos.

Sin embargo y sincerando estas palabras... quizá era caos lo que me hacia falta y hasta el sol de esta mañana gris y quejumbrosa, he visto muchos hermosos colores en la tenue oscuridad de esta imponente ciudad.





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