San Jacinto, una parte de nosotros

Puede que en cualquier ciudad del mundo ya hayamos construido una vida alterna.

“Toño” García: gaita y corazón

Han viajado alrededor del mundo, contagian con su música a miles de personas que mueven casi...

SAN JACINTO, UN LUGAR POR CONOCER.

Este municipio es cuna de artesanos, destacados por la elaboración de espectaculares y coloridas hamacas.

Visita a los petroglifos

Al visitar uno de los pueblos de la costa caribe colombiana de gran legado artesanal y musical como lo es San Jacinto.

En San Jacinto hay brujas y la mayoría están enamoradas…

Antiguas culturas basaban sus costumbres en leyendas provenientes de la imaginación de sus antepasados.

Lo que cuentan los abuelos



Cuentan los abuelos que antes de que la violencia se tomara a San Jacinto, el pueblo era un lugar tranquilo. Las calles sin pavimentar  acogieron las pisadas de célebres personajes de la vida pública. Los gaiteros de San Jacinto tocaban sus melodías en cualquier parte, sin necesidad de contratos, ni con los equipos de sonido ahogando sus notas entre un mar de flow o picós, mientras “Toño” Fernández acomodaba en su cabeza las notas de sus canciones.


Las mejores casas del pueblo eran las de Don “nosequiencito” Y Doña “nosequiencita” … quienes lamentablemente sufrieron con el paso de los años, los estragos de la violencia y se vieron obligados a abandonar lo que construyeron. En otros casos, fueron víctimas de la inconciencia, dado que para algunos, las malas acciones de sus hijos o nietos, los sumieron en lo largo y ancho de sus apellidos y no de sus propiedades.  Familias humildes entonces comenzaron a aflorar; la necesidad y las ganas de progresar, sacó en muchos de ellos el talante para devolverle con creces a sus padres lo que les regalaron con dedicación y sacrificio durante tantos años.

En esa época, nuestros abuelos campesinos, hacendados, políticos, cantineros, o comerciantes, caminaban por calles polvorientas y amarillas, como se ve en las fotos, con camisillas de algodón holgadas y a rallas, con pantalones de lino a veces y la mayoría con sombreros “vueltiaos”.



Algunos ya estaban, otros se fueron y otros regresaron. Los que ya estaban le regalaron a San Jacinto sus costumbres, su comida, su folclor y cimentaron sus bases. Los que se fueron dejaron atrás un hermoso legado, recuerdos quizá inolvidables… y muy seguramente las ganas de volver a encontrar  el pueblo como lo dejaron;  quizá ahora hablen de la “difunta” o del “difunto”. Los que regresaron ayudaron a cimentar el pueblo, con nuevas ideas que afloraron en la distancia y de nuevo abrazaron a sus seres queridos.

El día y la noche estaban separados como nunca antes, dado que la electricidad llegó después de un tiempo de fantasmas que salían de la oscuridad con sábanas blancas, ahuyentando las ganas de mirar por la ventana; solo para disfrazar los encuentros efímeros con sus amantes de este mundo.

En ese entonces no existía siquiera el televisor, por lo cual las familias se entretenían hablando entre ellas, esperando a que llegara con la tarde el hombre de la casa con el fruto del día y el respectivo de la temporada. Cuentan los abuelos que la comida siempre estaba en  la mesa, aunque algunos la consiguieran con más dificultad que otros, y aunque a diferencia de hoy, nuestros padres compartieran el alimento con diez y hasta doce hermanos.

Así que quizá muchos piensen que todo tiempo pasado fue mejor  (algunos contarán lo contrario), pero sin duda es reconfortante sentarse con los abuelos y escuchar su historia. Saber que detrás de las arrugas y los achaques; detrás de la persona que se baña y se viste para sentarse en la terraza; detrás de la curva de sus espaldas y de los ojos que ya casi no ven, se encuentra una parte importante de lo que somos hoy día; una parte que a veces se nos olvida apreciar.




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Gastronomía: A comer en San Jacinto


A eso de las cinco de la mañana, no es raro encontrar a muchos campesinos sanjacinteros montando sus burritos para empezar a trabajar en las parcelas que se encuentran en el campo, o el “monte” como ellos las llaman. Cuando cae la tarde a eso de las cuatro o cinco pm, la jornada finaliza, y los campesinos regresan a sus casas. En cosecha, los campesinos recogen de sus tierras caraota, plátano, pepinillo, mango, maíz, tabaco, ñame y ajonjolí, entre otros frutos y granos, pero casi todos los días se pueden ver a estos hombres, con sus “chumbas” llenas de la infaltable yuca.



En este municipio, la gastronomía se presenta en forma de mote de queso, arroz de caraota, y chicharrón y ñame, aunque la yuca, es y siempre ha sido, el tubérculo más importante en la comida diaria de los sanjacinteros, de hecho, la yuca que se cultiva en esta zona de los Montes de María es considerada una de las mejores de Colombia por su blancura, suavidad y buen sabor. Se cocina unos veinte minutos en un recipiente con agua y sal al gusto y se sirve, al desayuno, con su compañero irremplazable: el “suero”.

El suero, es una crema elaborada a base de nata de leche y sal. En muchas tiendas y casas de San Jacinto, es preparada y vendida al menudeo desde 500 pesos, así que hay para todos los gustos: salado, ácido, bajo en sal, espeso, o aguado. 

Para preparar el suero, se deja un recipiente con leche alta en grasa en la nevera hasta el día siguiente, de esta manera la nata que se recoge es gruesa y apropiada. Se separa la nata y se vacía en una licuadora con sal al gusto, luego se le añade leche en poca o gran cantidad, dependiendo de la espesura que se le quiera dar. Se licúa y se envasa sin necesidad de volverlo a la nevera. Se sirve aparte o en un plato para que acompañe la yuca.

El sabor de un buen suero, mezclado con la suavidad de la yuca, proporciona las energías necesarias para el arduo trabajo del campesino sanjacintero, pero fácilmente se puede convertir en el plato perfecto para el deleite de cualquier  visitante.

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San Jacinto, una parte de nosotros

Puede que en cualquier ciudad del mundo ya hayamos construido una vida alterna, donde el trabajo y  las amistades distan mucho de lo que podríamos encontrar en San Jacinto, sin embargo, es inevitable mencionar al pueblo siquiera en una de las conversaciones matutinas que sostenemos en el trabajo, en un café Juan Valdéz, en una discoteca de la calle del Arsenal o en el salón de clases de la Universidad donde, a menudo, quisiéramos llevar un pedacito de los momentos que pasamos con nuestros buenos amigos del  colegio (que se resumen, lamentablemente a menos de la mitad por cierto).




No es difícil que los recuerdos que tenemos del pueblo regresen continuamente a nuestra mente, y es que cómo podríamos olvidarnos de una mañana en San Jacinto, cuando el ruido de los escobajos, el relinchar de los caballos que traen la leche o el inconfundible pito de las busetas de Pablo y Porras que salen del pueblo todos los días, se convierten en música de fondo para nosotros. Aunque vivamos en Bogotá, Cartagena, Barranquilla, Medellín, Chicago, Nueva York, China o en donde quiera que dejemos nuestros pasos, es inevitable querer regresar al pueblo, para encontrarnos con nuestra familia y los amigos que vuelven a ser los mismos compañeros de andanzas que alguna vez fueron, y con quienes seguramente volveremos a experimentar anécdotas inmortales.

Cuando llegan las vacaciones o incluso, cuando hay un fin de semana festivo es el momento de ir buscando los pasajes o en su defecto, “el chance” para poder llegar al terruño. Es el momento de preguntarse ¿cómo estará el pueblo?, y de querer incursionar hasta en la verdadera política, para poder sacarlo adelante. Es cuando nos acordamos que no hay agua potable continua, pero sí albercas y tanques elevados y cuando nos alegramos porque está lloviendo o nos apocamos porque el verano es cruel.




Sin embargo, apartándonos de la suerte anterior, cinco minutos antes de llegar a San Jacinto, ya se siente el calor del hogar, como si el pueblo te estuviera esperando desde hace mucho; miras por la ventana y notas cómo la Variante despliega sus artesanías a lado y lado y piensas en lo afortunado que eres porque no provienes de un pueblo del montón; inevitablemente miras al primer amigo o conocido del que te acuerdas y sonríes al saber que llegaste a tu destino. Pronto verás a los tuyos y ellos te abrazarán, y la tranquilidad y sencillez del pueblo no te harán dudar del viaje que acabas de hacer.




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