San Jacinto, una parte de nosotros

Puede que en cualquier ciudad del mundo ya hayamos construido una vida alterna.

“Toño” García: gaita y corazón

Han viajado alrededor del mundo, contagian con su música a miles de personas que mueven casi...

SAN JACINTO, UN LUGAR POR CONOCER.

Este municipio es cuna de artesanos, destacados por la elaboración de espectaculares y coloridas hamacas.

Visita a los petroglifos

Al visitar uno de los pueblos de la costa caribe colombiana de gran legado artesanal y musical como lo es San Jacinto.

En San Jacinto hay brujas y la mayoría están enamoradas…

Antiguas culturas basaban sus costumbres en leyendas provenientes de la imaginación de sus antepasados.

Lo que cuentan los abuelos



Cuentan los abuelos que antes de que la violencia se tomara a San Jacinto, el pueblo era un lugar tranquilo. Las calles sin pavimentar  acogieron las pisadas de célebres personajes de la vida pública. Los gaiteros de San Jacinto tocaban sus melodías en cualquier parte, sin necesidad de contratos, ni con los equipos de sonido ahogando sus notas entre un mar de flow o picós, mientras “Toño” Fernández acomodaba en su cabeza las notas de sus canciones.


Las mejores casas del pueblo eran las de Don “nosequiencito” Y Doña “nosequiencita” … quienes lamentablemente sufrieron con el paso de los años, los estragos de la violencia y se vieron obligados a abandonar lo que construyeron. En otros casos, fueron víctimas de la inconciencia, dado que para algunos, las malas acciones de sus hijos o nietos, los sumieron en lo largo y ancho de sus apellidos y no de sus propiedades.  Familias humildes entonces comenzaron a aflorar; la necesidad y las ganas de progresar, sacó en muchos de ellos el talante para devolverle con creces a sus padres lo que les regalaron con dedicación y sacrificio durante tantos años.

En esa época, nuestros abuelos campesinos, hacendados, políticos, cantineros, o comerciantes, caminaban por calles polvorientas y amarillas, como se ve en las fotos, con camisillas de algodón holgadas y a rallas, con pantalones de lino a veces y la mayoría con sombreros “vueltiaos”.



Algunos ya estaban, otros se fueron y otros regresaron. Los que ya estaban le regalaron a San Jacinto sus costumbres, su comida, su folclor y cimentaron sus bases. Los que se fueron dejaron atrás un hermoso legado, recuerdos quizá inolvidables… y muy seguramente las ganas de volver a encontrar  el pueblo como lo dejaron;  quizá ahora hablen de la “difunta” o del “difunto”. Los que regresaron ayudaron a cimentar el pueblo, con nuevas ideas que afloraron en la distancia y de nuevo abrazaron a sus seres queridos.

El día y la noche estaban separados como nunca antes, dado que la electricidad llegó después de un tiempo de fantasmas que salían de la oscuridad con sábanas blancas, ahuyentando las ganas de mirar por la ventana; solo para disfrazar los encuentros efímeros con sus amantes de este mundo.

En ese entonces no existía siquiera el televisor, por lo cual las familias se entretenían hablando entre ellas, esperando a que llegara con la tarde el hombre de la casa con el fruto del día y el respectivo de la temporada. Cuentan los abuelos que la comida siempre estaba en  la mesa, aunque algunos la consiguieran con más dificultad que otros, y aunque a diferencia de hoy, nuestros padres compartieran el alimento con diez y hasta doce hermanos.

Así que quizá muchos piensen que todo tiempo pasado fue mejor  (algunos contarán lo contrario), pero sin duda es reconfortante sentarse con los abuelos y escuchar su historia. Saber que detrás de las arrugas y los achaques; detrás de la persona que se baña y se viste para sentarse en la terraza; detrás de la curva de sus espaldas y de los ojos que ya casi no ven, se encuentra una parte importante de lo que somos hoy día; una parte que a veces se nos olvida apreciar.




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Gastronomía: A comer en San Jacinto


A eso de las cinco de la mañana, no es raro encontrar a muchos campesinos sanjacinteros montando sus burritos para empezar a trabajar en las parcelas que se encuentran en el campo, o el “monte” como ellos las llaman. Cuando cae la tarde a eso de las cuatro o cinco pm, la jornada finaliza, y los campesinos regresan a sus casas. En cosecha, los campesinos recogen de sus tierras caraota, plátano, pepinillo, mango, maíz, tabaco, ñame y ajonjolí, entre otros frutos y granos, pero casi todos los días se pueden ver a estos hombres, con sus “chumbas” llenas de la infaltable yuca.



En este municipio, la gastronomía se presenta en forma de mote de queso, arroz de caraota, y chicharrón y ñame, aunque la yuca, es y siempre ha sido, el tubérculo más importante en la comida diaria de los sanjacinteros, de hecho, la yuca que se cultiva en esta zona de los Montes de María es considerada una de las mejores de Colombia por su blancura, suavidad y buen sabor. Se cocina unos veinte minutos en un recipiente con agua y sal al gusto y se sirve, al desayuno, con su compañero irremplazable: el “suero”.

El suero, es una crema elaborada a base de nata de leche y sal. En muchas tiendas y casas de San Jacinto, es preparada y vendida al menudeo desde 500 pesos, así que hay para todos los gustos: salado, ácido, bajo en sal, espeso, o aguado. 

Para preparar el suero, se deja un recipiente con leche alta en grasa en la nevera hasta el día siguiente, de esta manera la nata que se recoge es gruesa y apropiada. Se separa la nata y se vacía en una licuadora con sal al gusto, luego se le añade leche en poca o gran cantidad, dependiendo de la espesura que se le quiera dar. Se licúa y se envasa sin necesidad de volverlo a la nevera. Se sirve aparte o en un plato para que acompañe la yuca.

El sabor de un buen suero, mezclado con la suavidad de la yuca, proporciona las energías necesarias para el arduo trabajo del campesino sanjacintero, pero fácilmente se puede convertir en el plato perfecto para el deleite de cualquier  visitante.

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San Jacinto, una parte de nosotros

Puede que en cualquier ciudad del mundo ya hayamos construido una vida alterna, donde el trabajo y  las amistades distan mucho de lo que podríamos encontrar en San Jacinto, sin embargo, es inevitable mencionar al pueblo siquiera en una de las conversaciones matutinas que sostenemos en el trabajo, en un café Juan Valdéz, en una discoteca de la calle del Arsenal o en el salón de clases de la Universidad donde, a menudo, quisiéramos llevar un pedacito de los momentos que pasamos con nuestros buenos amigos del  colegio (que se resumen, lamentablemente a menos de la mitad por cierto).




No es difícil que los recuerdos que tenemos del pueblo regresen continuamente a nuestra mente, y es que cómo podríamos olvidarnos de una mañana en San Jacinto, cuando el ruido de los escobajos, el relinchar de los caballos que traen la leche o el inconfundible pito de las busetas de Pablo y Porras que salen del pueblo todos los días, se convierten en música de fondo para nosotros. Aunque vivamos en Bogotá, Cartagena, Barranquilla, Medellín, Chicago, Nueva York, China o en donde quiera que dejemos nuestros pasos, es inevitable querer regresar al pueblo, para encontrarnos con nuestra familia y los amigos que vuelven a ser los mismos compañeros de andanzas que alguna vez fueron, y con quienes seguramente volveremos a experimentar anécdotas inmortales.

Cuando llegan las vacaciones o incluso, cuando hay un fin de semana festivo es el momento de ir buscando los pasajes o en su defecto, “el chance” para poder llegar al terruño. Es el momento de preguntarse ¿cómo estará el pueblo?, y de querer incursionar hasta en la verdadera política, para poder sacarlo adelante. Es cuando nos acordamos que no hay agua potable continua, pero sí albercas y tanques elevados y cuando nos alegramos porque está lloviendo o nos apocamos porque el verano es cruel.




Sin embargo, apartándonos de la suerte anterior, cinco minutos antes de llegar a San Jacinto, ya se siente el calor del hogar, como si el pueblo te estuviera esperando desde hace mucho; miras por la ventana y notas cómo la Variante despliega sus artesanías a lado y lado y piensas en lo afortunado que eres porque no provienes de un pueblo del montón; inevitablemente miras al primer amigo o conocido del que te acuerdas y sonríes al saber que llegaste a tu destino. Pronto verás a los tuyos y ellos te abrazarán, y la tranquilidad y sencillez del pueblo no te harán dudar del viaje que acabas de hacer.




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“Toño” García: gaita y corazón















Han viajado alrededor del mundo, contagian con su música a miles de personas que mueven casi automáticamente el cuerpo al compás de la gaita, el tambor  y el llamador. 

Manuel “Toño” García, hace parte de una de las primeras generaciones de gaiteros en San Jacinto, quienes se hicieron merecedores de un premio Grammy latino.
Su andar propio de quien ha caminado  mucho en vida, y su voz,  que al igual que la gaita,  tiene una musicalidad sin igual, complementan su gentil y a veces ingenua personalidad. Este exponente del folclor sanjacintero, a quien le pintaron el mundo de colores al ganar el premio Grammy, se encuentra hoy viviendo en un hogar muy modesto, aún  tocando gaita, a veces más por necesidad que por gusto.

A Toño, como a sus compañeros, se les ha negado lo que por derecho les pertenece que, más allá del dinero, es el reconocimiento por la labor que desde niños aprendieron a realizar: tocar la gaita. Y sin embargo, lo  cuenta sin nadita de rencor, porque a los 82 años solo hay lugar para la tranquilidad.

Sus manos, arrugadas y cansadas se transforman en unas tenazas fuertes cuando sujeta la gaita, mientras una hermosa y alegre melodía sale del instrumento (que por cierto él mismo elabora con técnica y precisión impecables, como todo buen artesano sanjacintero).

Escuchar la gaita por primera vez, eriza la piel,  activa las manos, los pies y las caderas, y los junta en un baile sensual y a veces tímido que las mujeres sanjacinteras llevan a cabo con atuendos rosa y blanco, con flores  en la cabeza… descalzas y hermosas.

Pero si algo le quedó en el corazón  a “Toño” García fueron sus viajes alrededor del mundo y sus recordadas anécdotas. Él cuenta que una vez en Suiza, unas mujeres se percataron de que ellos eran los Gaiteros de San Jacinto, así que como típicos sanjacinteros de edad, siempre galantes, decidieron tocar para ellas. En el grupo se encontraba una: “chiquitica que sí bailaba”, y que se movió con gracia y alegría hasta que terminaron. Ella le contó que era de San Jacinto, y de hecho, Toño y su grupo, la pudieron ubicar en una de las familias de la región. A “Toño” no se le olvidará la “chiquitica”, porque estando tan lejos esa muchacha sintió su amado pueblo gracias a ellos.

“Toño” García espera que una especie de luz ilumine el alma de quienes no se han dado cuenta de la verdadera importancia de los Gaiteros de San Jacinto para Colombia en general, y los aprecien y los aplaudan y les den lo que  les corresponde por su trabajo. Con tristeza en sus ojos, aguarda para que no suceda muy tarde.

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SAN JACINTO, UN LUGAR POR CONOCER.







Este municipio es cuna de artesanos, destacados por la elaboración de espectaculares y coloridas hamacas; también por “los gaiteros de San Jacinto” que recorrieron a son de gaita el continente europeo, americano, y asiático al punto de ganar un envidiado premio Grammy.
San Jacinto está ubicado en el departamento de Bolívar, a dos horas aproximadamente de la ciudad de Cartagena, situado a lado y lado  de la carretera Troncal Occidental de Colombia, después de pasar el municipio de San Juan Nepomuceno. Al llegar al destino, inmediatamente se identifica a san Jacinto precisamente por los múltiples almacenes que exhiben hamacas, mochilas, peyones, bolsos, sombreros y otras artesanías en la zona de  “la Variante”.
Este pintoresco pueblo fue fundado por un Capitán de Infantería llamado Antonio De La Torre y Miranda el 16 de agosto de 1.777. Miranda llegó a San Jacinto cuando esta tierra era habitada por aborígenes Zenùes, quienes poseían destrezas en el manejo del tejido con algodón y tenían habilidades para elaborar maravillosas artesanías.

Para la época de su consolidación como poblado, a San Jacinto lo dividieron en manzanas de 8O y 4O varas, lo que les daría a las 447 personas que constituyeron su núcleo,  espacio suficiente para elaborar pequeñas huertas, y dedicarse a la cría de gallinas, cerdos,  pavos, entre otras criaturas domésticas. Los solares fueron repartidos a 82 familias en total, que forjaron la evolución del pueblo y cimentaron su desarrollo.

Además de la artesanía; la ganadería y la agricultura se convirtieron en factores importantes para la economía Sanjacintera. Una nueva raza de ganado fue traída por Alemanes, la siembra de tabaco y algodón comenzó a cultivarse, y así, se emprendió el desarrollo de un municipio, que a pesar de haber sido víctima de la violencia en nuestro país, hoy en día es un lugar tranquilo, y como siempre lo ha sido, conformada por gente cálida y amable. Su gente, sus paisajes escondidos, su historia y por supuesto sus artesanías son atractivos que resaltan la belleza de este pueblo.
Las fiestas en San Jacinto comienzan en febrero y marzo, con la celebración de los carnavales, realizados en simultáneo con la ciudad de Barranquilla; continúan en abril, donde la Semana Santa se celebra con procesiones, caminatas, misas y paseos campestres y para el 16 de julio, se conmemora el día de la virgen del Carmen con un alto grado de religiosidad y esparcimiento
Pero sin duda, las fiestas más concurridas por su alto valor religioso, artístico y cultural son las realizadas el 16 y 17 de agosto en conmemoración a San Jacinto y Santa Ana los patronos. Durante esta fecha se realizan procesiones, el Festival Nacional de Gaitas y la Feria Artesanal.

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Visita a los petroglifos

Al visitar uno de los pueblos de la costa caribe colombiana de gran legado artesanal y musical como lo es San Jacinto, Bolívar, normalmente suponemos que además de hamacas, mochilas y gaitas, no habría mucho más que esperar en esa comunidad de los Montes de María. Sin embargo, la realidad es otra: también es centro de una de las culturas más antiguas del mundo; donde se encuentra un museo abierto al público que recoge los utensilios en cerámica más antiguos de América y que se remontan al 4000 a.C , además de diversos sitios de interés arqueológico y por ende históricos, escondidos en un vasto terreno casi que selvático, a pocos minutos del pueblo.


Hay diversos caminos, por así decirlo, que pueden tomarse para llegar a estos sitios. Desde el barrio "Conejitos", se puede tomar la vía que comunica a San Jacinto con el corregimiento de Paraíso ya sea a pie o en uno de los jeeps que frecuentemente viajan a estas zonas. A quienes les gustan las aventuras y no se cansan con facilidad, el trayecto les resultaría en unas dos horas caminando, sin embargo en un vehículo de cuatro ruedas, y dependiendo del estado del clima, puede resultar en unos quince o veinte minutos.




Al acercarse a la zona, se pueden observar los letreros que indican que se está llegando al destino, plasmados en señalizaciones en metal y con dibujos alusivos a  vasijas y utensilios realizados en cerámica que dicen textualmente: Petroglifos Arroyo Rastro . Sin embargo, y para ser más exactos, luego de pasar por la finca La Nasa, se encuentra una pequeña parcela desde donde se puede atravesar el arroyo  hasta adentrarse a uno de los varios sitios de ubicación de las enormes piedras talladas por nuestros antepasados Zenúes.



En este sitio arqueológico "El Rastro" se encuentran megalitos o gigantescas  piedras, con dibujos realizados en su superficie y que representan a los indígenas con enormes tocados en la cabeza o figuras de rostros humanos. En el sitio arqueológico "El salto del Jaguar", a quince minutos de San Jacinto vía San Juan Nepomuceno, se pueden apreciar algunas figuras semejantes a huellas de jaguar y otras zoomorfas en la parte frontal de altísimas piedras, además de distintos dibujos sobre las rocas. 






La zona donde se encuentra los vestigios en piedra es literalmente, una tranquila y hermosa salida del mundo convencional, puesto que las rocas, surcadas y moldeadas por el agua cristalina del arroyo Rastro, invitan a sentarse a disfrutar de la visión de este territorio, donde las marcas latentes de nuestros antepasados se encuentran presentes e intactas.









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En San Jacinto hay brujas y la mayoría están enamoradas…


Antiguas culturas basaban sus costumbres en leyendas provenientes de la imaginación de sus antepasados, quienes dejaron como legado la continuidad de estas historias fantásticas que alimentaban su cultura y los hacían temerosos de distintos fenómenos de índole natural que surgían como dioses a su alrededor.

En nuestros pueblos y ciudades, estos mitos y leyendas lamentablemente se sumen cada día más en el olvido, puesto que nuestros abuelos y tatarabuelos, no son capaces de mantenernos alejados por diez minutos del celular, del televisor o del computador, para narrar, como solo los ancianos saben hacerlo, historias fantásticas, que bien pudieron sucederle al difunto sutano o al difunto mengano.

En estos momentos, divisando una grande y fría ciudad, me pregunto si es posible que detrás de estos cerros disfrazados de oscuridad, se encuentren ocultos los fantasmas de las culturas que algún día habitaron el departamento, susurrando al viento sus advertencias, para que el hombre de estas tierras no destruya como siempre, lo que la naturaleza se encargó de diseñar por años.

En San Jacinto, Bolívar, sin embargo, hay cientos de relatos fantásticos, que contados por bocas diferentes, siempre guardan detalles similares. Es por eso que plasmo en este espacio una de las historias que me contó mi abuela, y que prueba que en San Jacinto todavía hay leyendas, además de muchas brujas enamoradas

Estas historias multiplicadas se convierten en una parte del legado del pueblo y es por eso que hay que saber disfrutarlas… en todo caso, no hay hogar como el hogar… y no hay mejores historias que las propias.

En San Jacinto hay brujas y la mayoría están enamoradas…




Cuando las noches en San Jacinto aún se iluminaban con la tenue luz  de las velas, solo la luna y las estrellas acompañaban sombríamente los encuentros amorosos y las charlas que duraban hasta la una  de la madrugada en las terrazas de las casas.
Era entonces cuando echadas en los techos, esperando a que pasara el amor de su vida se encontraban las brujas: mujeres normales, que en las noches se convertían en grandes pájaros negros o en cerdas sucias, y quienes sigilosamente merodeaban al joven de quien se enamoraban y le hacían todo tipo de maldades, pues esta era su forma de demostrar amor.
En una ocasión, una de estas brujas entró a la casa de un joven muy apuesto, que tenía un bebé recién nacido. Ya en la alcoba del niño,  la bruja en forma de pájaro, transformó su garra en un hilo casi invisible, que lentamente colocaría en el ombligo del recién nacido para succionarle la sangre y secarlo hasta que la muerte le diera la mano. Cuando la delgada hebra ya lograba tocar el ombligo del pequeño, entró su madre y al percatarse de lo sucedido, tomó al niño y lanzó un grito de ayuda. El joven de quien estaba enamorada la bruja, entró al cuarto alertado por los gritos de su esposa y le arrancó un cabello,  con el que le dio una golpiza al animal hasta que  escapó y se fue huyendo.
El joven sabía que las brujas tenían un hechizo que consistía en que los objetos grandes o pesados no las lastimaban, bastaba con una hebra de hilo o un cabello para ocasionarles un gran dolor.
Al día siguiente, se dirigieron a casa de la abuela del niño para contarle lo sucedido, pero tocaron repetidas veces y nadie abría. Temiendo que algo malo le hubiera sucedido, el joven empujó la puerta y allí estaba la señora: con moretones y latigazos por todas partes.



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Vamos al Museo...






La cerámica más antigua de América fue encontrada en San Jacinto Bolívar, y en la actualidad existen estructuras de piedra gigantescas con marcas históricas en su superficie. Esas marcas talladas por los indígenas Zenúes que habitaron los Montes de María, dan cuenta del pasado de este pueblo en particular y de lo que se ha construido a partir de entonces.

El museo de San Jacinto se encuentra ubicado en el corazón del pueblo, específicamente en viejo y pintoresco edificio de estilo colonial dondefuncionaba la Alcaldía municipal.

Enormes puertas de madera se abren de lunes a viernes desde las ocho de la mañana hasta las seis de la tarde para invitar a niños, jóvenes y adultos a conocer más de la historia de uno de los centros culturales más importantes de Bolívar expresado en su legado musical, artesanal y en los vestigios indígenas de la cultura Zenú.

Edinson Guzmán es uno de los guías y en esta ocasión nos muestra algunas vasijas perfectamente reconstruidas por varios curadores extranjeros y que representa los utensilios usados en el pueblo hace aproximadamente cuatro mil años a.c. 

La cerámica reposa bajo una luz blanquesina que permite que se aprecie cada detalle de su estructura. El recipiente fue moldeado meticulosamente un día cualquiera en el pasado por un indígena que seguramente no pensó que en su interior se escondería la historia de una generación de costumbres diversas, además de chicha de maíz fermentada.

La cerámica hallada en el sitio arqueológico San Jacinto correspondía a figuras zoomorfas y antropomorfas. Cabezas y cuerpos humanos elaborados en barro y arcilla se mezclaban con las figuras de perros o guartinajas si se prefiere, que surgían de la imaginación de estos hombres y mujeres quienes fabricaban además, accesorios con cuentas de madera, conchas de caracol, cerámica y aleación de cobre y oro para adornar sus cuerpos.


Estos indígenas tenían amplias aptitudes para la elaboración de hermosos utensilios tejidos y la elaboración de instrumentos de viento como la “Ocarina”. A simple vista es un elemento rudimentario de cerámica, que consta de pequeños agujeros en su centro. Pero nada es elaborado por casualidad, pues los agujeros marcan las notas musicales con las que daban dramatismo a las ceremonias de entierro, nacimiento y en general a sus fechas especiales. Este elemento sufrió transformaciones durante miles de años, hasta que un buen día se creó una réplica con madera y cera de abejas a la que se le llamó gaita. 


Una de las partes más llamativas del museo corresponde a la sección de gaita y artesanía. Se observa entre sus vitrinas de vidrio transparente, los rostros jóvenes de los gaiteros de San Jacinto, vistiendo los trajes típicos utilizados en las presentaciones donde el folclor sanjacintero y las melodías de la gaitalevantan de los asientos a grandes masas.

Este espacio conmemora la tradición del pueblo, las hamacas, mochilas y en general el tejido con hilo de algodón teñido tienen su espacio en una recreación real y fotográfica que muestra la elaboración de cada una de estas expresiones y en especial de la hamaca. 

Las imágenes muestran la preparación de las hebras de algodón, pasando por el teñido y posteriormente su inclusión en el telar de madera. El resultado de entrelazar estos hilos es un tejido firme, hermoso ycolorido que se convierte en cama y lugar de descanso.

La visita a este tipo de rincones históricos es enriquecedora y reafirma la cultura de pueblos como San Jacinto, además de mostrar la riqueza cultural a cualquier viajero que disfrute de las expresiones culturales que aquí tienen lugar. Hace cuatro mil años, este hermoso y tranquilo espacio se divisaba como cuna de artesanos y artistas consumados y hoy día se ha consolidado como un importante centro cultural.

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La repostería de Las Vásquez...


Las Vásquez
Las ancestrales galletas de “las Vásquez”



Al igual que quien visita a San Jacinto para llevarse de recuerdo una hamaca, una mochila o una gaita, asimismo se ha arraigado dentro del pueblo la costumbre de regalarle al viajero las famosas “galletas de las Vásquez”. Se agrupa en general el término de galletas a una tradición repostera que Carmen Vásquez Cortina se encargó de afianzar, de la mano de sus hermanas Aura y Sixta.


Las tres hermanas son recordadas desde hace más de cincuenta y cinco años, por fundar en una esquina de la calle 22 ubicada en el barrio Centro, un local donde las panochas, los merengues, los dulces de leche, las casadillas, las galletas cubiertas, y las galletas especiales con forma de corazón tienen un sabor particular.

Todo comenzó hace más de sesenta años en la panadería de María Vásquez, tía de la señora Carmen, quien les enseñó a ella y a sus hermanas el arte de la repostería. Las galletas que se vendían en aquella panadería eran parecidas a las que se venden hoy en día en el local de las Vásquez, pero con el paso de los años, Carmen aprendió a alterar un poco la receta y a convertir las enseñanzas de su tía en el sustento del hogar.

La señora Carmen Vásquez, con el notable peso del tiempo en su mirada y su voz, a sus ochenta y dos años, todavía supervisa la elaboración de las galletas, que son hechas actualmente por sus nietos Álvaro y José, dado que la edad y una reciente caída, le impiden llevar el negocio de la misma forma que desde hace más de medio siglo. Por ahora, la señora Carmen, sentada en una mecedora se mantiene al tanto del negocio que su hermana Aura Vásquez, se ha encargado de administrar.

La señora Aura tiene el cabello grisáceo, y su edad queda al descubierto más al hablar que al mirar su impecable manera de atender el negocio. Su piel es blanca y siempre está pulcramente vestida. Su voz, que se escucha como el susurro del viento al atravesar las montañas deja la sensación de estar hablando en secreto. Sin embargo, luego de un rato de conversación, con voz animada cuenta: “Aquí viene gente a comprar de todas partes. Vienen del Carmen, de Bogotá, de Venezuela, de Estados Unidos”.


La tradición se mantiene por la diferencia en cuanto a las demás galletas de la región debido a su consistencia y buen sabor y es que el tipo de galletas que venden “Las Vásquez” influye en el éxito que ha tenido el local a lo largo de los años. “las llaman galletas especiales porque le echan uva pasa, buen queso, y buena leche” comenta la señora Aura.

La casa de “Las Vásquez” está guardada en la mente de muchos visitantes como si se tratase de varias fotografías. Unas en blanco y negro y otras a color donde los tonos del arco iris cambian, pero la enorme casa de esquina de estilo colonial sigue siendo la misma donde alguna vez un viajero o un sanjacintero comió un merengue y volvió cuarenta años después a encontrarse con el mismo sabor.

La exitosa idea de negocio emprendida por estas mujeres oriundas de San Cayetano pero sanjacinteras de corazón, se fusionó con el paladar del pueblo y actualmente, no hay viajero al que no se le inculque la tradición de llevar en su maleta alguno de estos dulces recuerdos.


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San Jacinto, Bolívar. Colombia
El sonido de un pueblo 
El maestro José Lara apodado “el Gaitero mayor” falleció hace más de una década a la edad de 85 años, sin embargo su recuerdo reposa en la mente colectiva del pueblo, en un amplio material fotográfico y audiovisual, en las paredes del Museo Municipal así como en un sinnúmero de lugares, donde sus imágenes personifican al hombre gaitero de San Jacinto. 
Hoy, su casa en el barrio Miraflores del municipio, es un taller de elaboración de instrumentos musicales, en donde el Maestro Lara, se dedicó por muchos años a afianzar la cultura folclórica del pueblo, y donde les inculcó a sus hijos esta sonora tradición, para que su legado persistiera incluso mucho después de su muerte.  

Es una enorme casona, donde los pies aún se llenan de tierra y de minúsculas partículas de madera de banco, que flotan en el aire bailando como si oyeran a toda hora la gaita, las maracas y los tambores. Rodrigo Lara, hijo del maestro José Lara, da gustoso el permiso para que cualquier visitante interesado en el folclor, recorra el taller. Al llegar al lugar se observan los grandes troncos huecos de madera con los que se fabrican los tambores. 

Hace más de cien años que persiste esta costumbre en la familia del Maestro Lara. Sus hijos, sobrinos y nietos se han encargado de mantener en pie la técnica de la fabricación de los instrumentos de la gaita. Juan Ramírez es uno de los nietos del maestro, y a sus 19 años intercala sus estudios de técnico en refrigeración, con el oficio de crear estos elementos folclóricos. Con amabilidad en su voz y la experiencia de un anciano, explica paso a paso el proceso por el que pasa la materia prima hasta convertirse en el producto final. 

Los troncos huecos, en su mayoría son de madera de banco, caracolí o ceiba. Esta clase de madera es resistente a factores externos y garantiza la mejor calidad de los instrumentos.  Para hacer los tambores se pule la madera, se forra con cuero de vaca y se adorna a gusto del creador para su posterior venta. Luego de esto, los tambores se cuelgan en unas vigas de madera ubicadas a varios metros del suelo para evitar que en su interior se proliferen hongos que dañen su estructura.  

Para la creación de la gaita macho y la gaita hembra, se toma el centro de un cardón o cactus muy común en el pueblo, se prepara para que su textura sea uniforme, se le realizan varios agujeros y se le añade en un extremo cera de abejas. Para finalizar, se introduce una pluma hueca de pato, que el artesano entona para verificar que las notas de gaita se escuchen a la perfección.  

Un juego completo de gaita está conformado por un tambor, una tambora, un par de  maracas, un llamador, un guache, una gaita macho y una gaita hembra cuya diferencia radica en el número de agujeros que permite sacar notas musicales distintas. Estos instrumentos en conjunto tienen un valor de 3OO y 4OO mil pesos, lo cual depende de lo tradicionalmente rústico o elaborado de cada modelo. 

Cada juego se elabora en aproximadamente una semana, dado el tiempo que se emplea para esperar que la materia prima tome la consistencia necesaria. De esta manera, se garantiza la calidad y durabilidad de los instrumentos.  



Al terminar el recorrido, es interesante ver una gran cantidad de niños y jóvenes involucrados en el proceso. Juan comenta, que muchas veces hay personas que aprenden con ellos el oficio y luego se independizan, lo que garantiza la proliferación de la labor. Es así como este oficio autóctono y significativo del pueblo  convierte a los artesanos, en los protagonistas de la historia de San Jacinto.  

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El viaje: por qué llegué a esta fría ciudad...

Mi nombré lo reservaré para ustedes... así que pueden ponerme el que más les guste, si es que estas palabras ya no han hecho que cierren la actual pestaña. En caso contrario continuaré mi relato.

No basta decir que vengo de un pequeño pueblo de la Costa Caribe colombiana, ya que a lo que a mí respecta y como todo aquel que regresa a su terruño en vacaciones, es más que un pequeño grupo de casitas con techo de palma y calles polvorientas... es el paraíso.

Se encuentra ubicado en los Montes de María, un lugar que antaño fue asediado por grupos al margen de la ley, y que pese a esto, siempre se ha caracterizado por albergar la gente más humilde y los campesinos más trabajadores que se puedan esperar debido a las circunstancias. El clima es cálido casi todo el tiempo... así que los días lluviosos pueden sacar a flote uno que otro comentario acerca del frío que agobia el pueblo en las noches... por ahí con unos veintiocho grados de temperatura. 

Las calles son caminitos pavimentados que se convierten a cada paso en centros de encuentro y amables saludos, mientras que el bullicio de las motos, los carros y sobretodo el rebuznar de los burros, se convierten en la armonía de fondo... que he de extrañar tantas veces.

En este lugar no hay espacio lamentablemente para ciertas profesiones, así que como toda estudiante en aras del progreso que creemos que se sitúa en las grandes ciudades, me permití emigrar desde mi tranquilidad hacia el caos.

Sin embargo y sincerando estas palabras... quizá era caos lo que me hacia falta y hasta el sol de esta mañana gris y quejumbrosa, he visto muchos hermosos colores en la tenue oscuridad de esta imponente ciudad.





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Para empezar...

Muchas veces no podemos expresar con palabras todas las emociones que se vienen a nuestra mente en ciertos momentos de la vida, sin embargo, y luchando contra mi naturaleza poco creadora y de hazañas sin terminar, me permito narrar dichas situaciones cotidianas y muy propias, con el ánimo de no desperdiciar otra frase más y asimismo para que quien lea lo quizá sin sentido que aquí publicaré, pueda crear su propio mundo de  ideas plasmadas y no negocie con actividades banales... lo que puede hacer la diferencia entre unos y otros tantos seres humanos.

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